Verano para algunos

Por Ana Guillem Amat

Del verano me gustan hasta las verbenas, con su orquesta y su gente bailando. Aún no han llegado las vacaciones y tampoco lo ha hecho en exceso el calor, pero los planazos veraniegos ya nos han llenado la agenda y los cogemos con tantas ganas que cuesta pensar que algo pudiera empañarlos.
El lunes estuve en uno de los conciertos de Las Noches del Botánico. Había césped con hamacas, food trucks vendiendo cervezas y perritos calientes, puntos de venta de merchandising y tiras de bombillitas delimitando el camino hacia el escenario. El cielo aún no había oscurecido por completo cuando los focos sacaron de las sombras al cantante y en el público arrancamos a aplaudir. ¿Qué tiene la música para hacernos sentir mariposas en el estómago con sólo escuchar cómo se pulsan unas teclas? Desde fuera, envueltos entre tanta gente y bajo el cielo abierto, debíamos de parecer hormiguitas ocupando nuestro lugar en la grada. Cuando estás dentro, sientes que cada frase cantada está dirigida exclusivamente a ti. Te dejas la voz gritando, como queriendo dejar claro a quien está sobre el escenario que has recibido el mensaje, y bailas sentada en tu asiento, dándote cuenta de que las mariposas ya han colonizado todo tu cuerpo y de que tararearás cada verso de cada canción el resto de la semana. 
Nos resistíamos a marcharnos a casa cuando terminó el concierto, así que nos echamos en una de las hamacas a mirar la tira de bombillitas como si fuese la Vía Láctea, a celebrar cada una de las canciones que habíamos cantado y a intentar calmar el nervio y la impotencia que llevábamos dentro desde que nos enteramos del asesinato de Samuel. Estuvimos en el recinto hasta que la música dejó de sonar por los altavoces y las luces se apagaron. Antes de marcharnos miré mi móvil y tenía un mensaje que decía "cuidado al volver a casa, ha habido cargas policiales después de la manifestación". Decidimos compartir un taxi. En parte, porque era tarde y estábamos cansados. En parte, por miedo. Por mujer. Por maricón. De repente éramos otra vez dos hormigas indefensas sintiendo que cada amenaza nos perseguía a nosotros también. Que lo que le había pasado a ese chico gallego nos podía pasar a cualquiera.
Sí, ha llegado el verano. El tiempo de las cenas con amigas en la playa, de las mañanas de piscina y paella familiar con largas sobremesas jugando a las cartas, de las noches en terraza sin chaqueta, del cine al aire libre. Ha llegado el tiempo de tantas cosas buenas que resulta imposible entender que la libertad no es igual para todos, que en este mismo planeta la violencia y el odio pueden a veces superar al amor y al respeto. Cuesta encajar que mientras algunos disfrutamos de una noche mágica de verano, unos padres lloran porque su hijo no volverá a casa esa noche. Ni ninguna otra noche.

Comentarios

  1. Ana, está muy bien contado. Me ha gustado. Qué pena que el sueño de una noche de verano se empañe con un hecho tan brutal e incomprensible. No hay derecho. Estamos en Siglo XXI y la libertad no es más que una palabra muy bonita escrita con buena letra pero guardada dentro de un cajón.
    A pesar de todo, fue una gran noche por lo que veo. Me alegro😊

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  2. Me ha gustado el contraste y la sombra del miedo, porque es realmente así. Uno se piensa que está en la vida con todo "controlado" y en fin, lo que puede pasar es terrible. Adelante y sigue comprometida con la escritura. Inspiración para continuar.

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