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Invadido

 Una invasión. En toda regla. Te levantas una mañana y te das cuenta de que te han robado una habitación. Si ya el piso era pequeño, ahora es minúsculo. ¿Cómo ha podido suceder? No, claro que no. No ha llegado nadie con una grúa, ni ha usado una bola de metal de trescientos kilos para abrir un boquete en tu piso y dejar que tus vecinos puedan ver ahora, algo sorprendidos, tu pasillo donde antes veían la ventana de un cuartucho. No. La habitación sigue ahí, en el mismo espacio que cuando adquiriste el piso, pero ahora hay novedades. Una mesa, una silla y un monitor. Esquinados quedaron el viejo sofá biplaza de Ikea, bajo la ventana, la guitarra sobre su taburete, encogida al lado de la calefacción y cogiendo polvo, las dos estanterías llenas de carpetas que parecen haberse pegado ellas solitas a la pared, como quien deja paso a alguien que lleva mucha prisa, y la máquina de coser antigua que, invadida y todo, sigue manteniendo su espacio y su majestuosidad. Ésta no se deja avasallar tan

Verano para algunos

Por Ana Guillem Amat Del verano me gustan hasta las verbenas, con su orquesta y su gente bailando. Aún no han llegado las vacaciones y tampoco lo ha hecho en exceso el calor, pero los planazos veraniegos ya nos han llenado la agenda y los cogemos con tantas ganas que cuesta pensar que algo pudiera empañarlos. El lunes estuve en uno de los conciertos de Las Noches del Botánico. Había césped con hamacas, food trucks vendiendo cervezas y perritos calientes, puntos de venta de merchandising y tiras de bombillitas delimitando el camino hacia el escenario. El cielo aún no había oscurecido por completo cuando los focos sacaron de las sombras al cantante y en el público arrancamos a aplaudir. ¿Qué tiene la música para hacernos sentir mariposas en el estómago con sólo escuchar cómo se pulsan unas teclas? Desde fuera, envueltos entre tanta gente y bajo el cielo abierto, debíamos de parecer hormiguitas ocupando nuestro lugar en la grada. Cuando estás dentro, sientes que cada frase cantada está di

Ellas juegan a fútbol

Nanda Hernández dos Reis Somos unos cuantos padres parapetados en el bar y conectados a nuestros portátiles, o a nuestras lecturas. Una imagen que rompe con lo esperado cuanto menos en un campo de fútbol. Puede que la razón sea que en la A.D. Son Sardina (Asociación futbolera de un barrio de Palma) hay muchas chicas que entrenan y las que acompañamos no somos unas forofas o entusiastas del juego. O que antes solo iban al bar del campo de fútbol los forofos y no los padres de las criaturas. También podría ser que los padres hayamos evolucionado y ya no estemos tan pendientes de ir dando órdenes futbolísticas a nuestros retoños que se afanan en cumplir las del entrenador en el campo de juego, que es el que sabe... Ésto irá cambiando con el paso de los días y el fútbol irá conquistando nuestros corazones hasta el punto de que nos haga gritar consignas en la gradería durante los partidos e incluso entrenos, o de disputar un partido de padres contra hijas a las tres de la tarde a pleno sol

El tucán de umi

EL TUCÁN DE UMI Umi es océano en japonés. Su significado es, pues, inmenso e inabarcable pero su morfología ,su significante es muy cuqui. Es como llamar gatito al Rey de la selva o como si llamásemos Jacky a Jack el destripador. Hay algo desajustado en que una palabra con tres letras y que acabe en "i" -algo muy propio de los diminutivos- signifique océano. Ese juego de contrastes me fascina y me atrapa. Casi todo lo que he aprendido, casi todo lo que me parece interesante se me muestra así: en la contradicción, en el desencaje … Es en esos milisegundos de latigazo a la lógica que se desprende un chispazo de lucidez. Duran poco pero enganchan. Y, fue así, como acepté ese nuevo bautizo: regalo de un monje budista sin "yo" que estudiaba japonés y que comía tortilla de patatas del Mercadona. Con estos antecedentes debería haberme inquietado, pero no.  Me dio gustito tener un nombre corto y acabado en "i". Yo, que toda la vida había tenido un nombre de tres p

Núremberg

La Núremberg de la actualidad es una copia moderna de sí misma. Las aguas mansas y verdosas del río Pegnitz parecieran ocultar el pasado de esta ciudad que una vez fue antigua, escondiendo ese cadáver trágico que dejó la segunda gran guerra, cuyos huesos forman los pilares sobre los que se reconstruyó ese rejunte de edificios que ahora la constituyen y que a veces recuerda a un museo: viviendas levantadas a base de cascotes, como piezas de un mosaico o un espejo roto, recuperadas y recompuestas por manos hábiles, pegadas a otras nuevas que respetan el color y textura originales con el objetivo de reproducir aquello que una vez debió ser una ciudad muy hermosa.  Se ha hecho con sumo cuidado: lo nuevo casa a la perfección en estilo arquitectónico, en el color de los materiales, en la disposición y forma de las ventanas, en los tejados inclinados, con aquellos otros viejos muros y fachadas que sobrevivieron milagrosamente a los bombardeos aliados, muy pocos, pues solo el 10 % de la ciudad

Bad Reichenhall

Bad Reichenhall Bad Reichenhall no es ciudad para jóvenes. Nos damos cuenta por la cantidad de negocios de prótesis y ortopedia en general que existen. Bastaría también con fijarse en las caras de los viandantes. No hay que ir pidiendo el carné de identidad. Hemos decidido hacer una escapada de fin de semana y, aun sin haber comenzado a explorar, ya nos estamos preguntando por qué escogimos este sitio si aquí solo se viene jubilado. Nuestro hotel está apostado a las afueras, más invitando a irse que a quedarse. Estamos rodeados de supermercados. No veo lo idílico por ningún sitio aparte de encontrarnos abrazados por unas montañas alpinas envueltas en esa magia que le dan unas nubes algodonadas que las peinan a medida que se desplazan. Salimos algo desesperados a buscar un sitio donde almorzar. Mientras caminamos hacia el centro, se nos van descubriendo edificios de piedra que poco tienen que ver con las típicas casas de madera bávaras. Las callecitas, sin tráfico, con sus casas bajas,

Copenhague

La otra noche me sucedió un fenómeno paranormal. Por la tarde había pasado más de una hora con una amiga al teléfono enviando a la mierda nuestros miedos, dudas e incertidumbres sobre el futuro y alguna que otra injusticia. Había sido una de esas charlas que te hacen sentir más comprendida y menos loca, que te llenan mágicamente de paz. Más tarde, cuando ya estaba en la cama con los ojos cerrados, muy concentrada en conciliar el sueño, escuché al camión de la basura pararse bajo el balcón de mi dormitorio. Sonreí recordando la euforia de la tarde e imaginando que el camión vendría a recoger todas las cosas de las que nos habíamos deshecho en la conversación. Pero, de repente, mi rostro cambió. En un volumen bastante alto para tratarse de un martes a las doce y media de la noche había empezado a sonar Copenhague. Algo estaba fallando. Ya me había visualizado apostada en el balcón con mis mejores galas, poniendo una mueca interesante y despidiendo con la mano a todos aquello