Invadido
Una invasión. En toda regla. Te levantas una mañana y te das cuenta de que te han robado una habitación. Si ya el piso era pequeño, ahora es minúsculo. ¿Cómo ha podido suceder? No, claro que no. No ha llegado nadie con una grúa, ni ha usado una bola de metal de trescientos kilos para abrir un boquete en tu piso y dejar que tus vecinos puedan ver ahora, algo sorprendidos, tu pasillo donde antes veían la ventana de un cuartucho. No. La habitación sigue ahí, en el mismo espacio que cuando adquiriste el piso, pero ahora hay novedades. Una mesa, una silla y un monitor. Esquinados quedaron el viejo sofá biplaza de Ikea, bajo la ventana, la guitarra sobre su taburete, encogida al lado de la calefacción y cogiendo polvo, las dos estanterías llenas de carpetas que parecen haberse pegado ellas solitas a la pared, como quien deja paso a alguien que lleva mucha prisa, y la máquina de coser antigua que, invadida y todo, sigue manteniendo su espacio y su majestuosidad. Ésta no se deja avasallar tan